En el caso de la UPB, las mejoras en el diseño curricular han sido evaluadas históricamente pensando en los profesores y estudiantes, quienes son la evidencia final de una gestión académica eficiente. Para la Universidad, este es un camino de tres vertientes que, hasta ahora, no habían sido tomadas en cuenta desde la perspectiva administrativa. 

La búsqueda interna por construir una triada que forme profesionales capaces y aptos para los retos laborales actuales desencadenó en una serie de necesidades que no eran visibles hasta ese momento. La primera fue la sistematización del proyecto educativo institucional, el cual contiene un modelo pedagógico con énfasis en las capacidades humanas y competencias, y para la cual la recolección de información de la gran cantidad de estudiantes se hace imposible sin una herramienta de digitalización y categorización. La segunda vertiente fue la imposibilidad de otros miembros de la administración para contribuir información relevante, por lo que se requería de flexibilidad para aportar valor por parte de diferentes profesionales de la gestión curricular. La tercera, aunque no menos importante, era poder perfilar al estudiante para hacer coincidir sus elecciones académicas con las capacidades requeridas para la acreditación. A su vez, era necesario recopilar toda la información académica para diseñar un currículo que destacara las habilidades y conocimientos de los alumnos.